Orientar a los niños de la generación táctil

Orientar a los niños de la generación táctil

6 noviembre, 2019 0 Por Galina Oyarzun

Sheyla Mosquera

Como todo barco necesita de un buen capitán para llegar a puerto seguro, con más razón los hijos requieren que sus padres o cuidadores los sepan dirigir.

Investigadores como Richard Graham, psiquiatra de niños y adolescentes, indican que los nacidos después del 2010 deben ser reconocidos como posmileniales, porque su manera de ser tipifica todo un cambio humano y social, y se les ha denominado generación Alfa o T (táctil).

Ellos tienen alta predisposición a la novedad e influyen mucho en el consumo familiar: lo quieren todo, lo quieren ya, y cuando lo tienen, “se aburren”; tales actitudes provocan presión, perplejidad y desorientación en los padres, quienes erróneamente asumen una crianza permisiva, tolerante y sin reglas o dominante, ausente y compensatoria. Esto origina niños sobreestimulados, sobrerregalados y sobreatendidos, pero sin rumbo.

Lea más: ¿Qué es la generación alfa?

Si bien los hijos Alfa pertenecen ciento por ciento al mundo digital, su desarrollo y sentido de pertenencia humanos tienen que brotar en la infancia para coexistir con salud y equilibrio en su familia, en la escuela y en la sociedad; ellos deben ejercer control entre el tiempo dedicado a la vida digital y la no digital. 

Según Neldy Mendoza Flores, doctora en Ciencias de la Salud, Persona y Desarrollo humano, experta en bioética y asesoría para la familia, la generación Alfa está dañando el crecimiento y desarrollo del lóbulo  prefrontal en su cerebro por excesiva exposición a las pantallas desde muy tiernas edades. 

La corteza prefrontal es un área cerebral clave de integración y regulación del comportamiento, de la atención, la planificación futura, el autocuidado y el control cognitivo de la reacción motora. “Si esta zona reduce su peso y conectividad por la gran exposición digital, los efectos son devastadores: hostilidad, apatía, indiferencia, menor comunicación, aislamiento, sedentarismo, reacciones violentas, entre otros”, asegura la investigadora.   

En este contexto, ella califica a la actual sociedad infantil y adolescente como una generación sin horizonte, con rasgos categóricos y muy representativos: predisposición a lo fácil y rápido, poca tolerancia a la frustración, inhábiles para resolver problemas, con grave analfabetismo afectivo, sin ideales superiores, poca capacidad de esfuerzo y sacrificio; sin embargo, con una gran necesidad de querer y ser queridos y más de contacto humano auténtico. 

Tienen padres generalmente ocupados y distraídos digitalmente, que responden con indulgencia o permisividad para no complicarse y ahorrar tiempo, dejando que los niños gobiernen y pongan las reglas. 

Este modelo de crianza y formación de los hijos se ha dejado influenciar, también,  por “la perspectiva del derecho”, de merecerlo todo sin ganárselo. 

La doctora Mendoza explica que la obsesión por educar a los niños y adolescentes, en perspectiva de sus derechos y con modelos de progresiva complacencia social, ha llevado a una situación paradójica: “Son muy competitivos intelectualmente, pero van perdiendo el sentido y propósito de su existencia, sin rumbo, sin horizonte. Les resulta muy difícil comprender y expresar sus afectos, entran en confusión y miedo ante los problemas y se van haciendo perezosos”.

Están sobreestimulados, sobrerregalados y sobreatendidos. Por esta razón se sienten paralizados intelectual y emocionalmente ante las circunstancias adversas que tienen  que ver con el sentido trascendental de su vida.

Con esas tres características están surgiendo personalidades muy frágiles, que huyen ante cualquier situación difícil o se quejan fatalmente pero no resuelven. Mendoza dice que “es una generación paralítica emocionalmente,  indiferente a la necesidad de sus semejantes, sin generosidad, sin empatía y con solo un pilar: necesito que me atiendas y que hagas lo que yo pido en este minuto. No han desarrollado esas redes o vínculos humanos, ni tampoco ejercitan su voluntad, mucho menos el esfuerzo y el sacrificio”.

Enrumbando a los hijos

Para encaminar a los hijos,  dice la doctora Mendoza, los padres deben acompañar de forma estable, continua y comprometida la maduración de los preadolescentes y su toma de decisiones para enfrentar las presiones. ¿De qué manera? Aconsejando. Valorándolos dentro de casa, ayudándolos a mantenerse alejados de las pantallas, escuchándolos y fomentando ejercicios de concentración y de vocabulario emocional.

Herramientas concretas: biografías ejemplares, películas significativas, instrumentos musicales y espacios de diálogo e intimidad con los padres para poder ofrecerles criterios sanos, clima familiar de confianza y autoridad con  límites.

Asimismo, refiere Mendoza, es muy importante prevenir que los hijos obtengan beneficios sin esfuerzo,  porque esto les dará escasa tolerancia a la frustración y dificultad para motivarse, y como consecuencia se van a refugiar en un vacío interior en el que prevalece la apariencia.

Ella asegura que  “para educar la voluntad hay que hacer atractiva la exigencia”,  y debido a este principio los hijos tienen  algunos deberes como:

1. Aprovechar el tiempo, esto implica estudiar con orden.

2. Vencer las distracciones, sacar más partido a las clases o hacer resúmenes que sinteticen parte de las asignaturas.

3. Vencer el propio temperamento, procurar hacer algo más por las personas que están cerca, conocerlas mejor.

4. Ejercitarse en pequeños vencimientos aunque no reporten ningún beneficio inmediato.

Los padres también deben cumplir ciertas medidas:

– No proteger en exceso a los hijos contra toda frustración o toda equivocación. Equivocarse les ayudará a desarrollar resiliencia y aprenderán a superar los desafíos de la vida.

– Ser emocionalmente estables y disponibles.

– Ofrecer a los niños un estilo de vida equilibrado: lo que necesitan  y no solo lo que quieren.

– No tener miedo de decir ‘no’ a sus hijos si lo que quieren no es lo que necesitan.

– La familia debe tener límites claramente definidos.

– Cada miembro del hogar tiene responsabilidades y las  debe cumplir.

– Involucrar a sus hijos con el ritmo del hogar de acuerdo con su edad (doblar la ropa, ordenar los juguetes, colgar la ropa, desembalar los víveres, poner la mesa, dar de comer al perro).

– Organizar una nutrición equilibrada, evitar la comida chatarra.

– Determinar horarios para el sueño adecuado.

– Enseñar a reconocer sus emociones y a controlarlas.

– Fortalecer los buenos modales, la cortesía: a decir gracias y por favor, a reconocer el error y disculparse (no los obligue).

– Ser modelo de todos esos valores que inculca.

– Guiar en la autorregulación de su independencia y en el desarrollo de la autodeterminación (saber decir ‘no’).

– Enseñar a esperar y a retrasar la gratificación.

– No sentirse responsable del entretenimiento constante. El aburrimiento es el momento en que la creatividad despierta; nunca usar la tecnología como una cura para el aburrimiento.

– Disfrutar de una cena familiar diaria sin teléfonos inteligentes o tecnología que los distraiga.

– Hacer actividades al aire libre y juegos creativos con los hijos. (F)