Un cerebro con superpoderes. La fusión de la mente humana con dispositivos artificiales podría expandir capacidades cerebrales.
3 septiembre, 2019Por: Daniel Galilea – EFE Reportajes
“¿Tiene sentido preguntarse cuando empezó el futuro? Ya está entre nosotros”, señala el reconocido neurólogo y neurocientífico argentino Facundo Manes en su reciente libro ‘El cerebro del futuro’, escrito con Mateo Niro, licenciado en letras.
Para Manes, “todo lo que se esperaba ya está: la hiperconexión, el presente continuo en donde se fusionan los tiempos, lo digital y lo biológico, y los avances tecnológicos que de tan asombrosos ya no asombra”.
Manes preside el Grupo de Investigación sobre Afasia, Demencia y Trastornos Cognitivos de la Federación Mundial de Neurología (WFN RG ADCD) y dirige en Argentina el Ineco (Instituto de Neurología Cognitiva) y el Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, dos centros de vanguardia en las neurociencias en América Latina.
En términos anatómicos, explica, el cerebro humano no ha experimentado ningún cambio notable desde hace doscientos mil años, por lo que es difícil pensar que su estructura pueda modificarse drásticamente en los próximos siglos. Pero, dice en su libro, vale la pena preguntarse por estas transformaciones ahora que nos enfrentamos a una nueva manera de acceder y procesar la información mediatizada por la tecnología.
“Puede que el siguiente paso para nuestro cerebro no sea una evolución natural, sino que esté relacionado con la influencia de la ingeniería genética y la biotecnología en la expansión de nuestras capacidades”, reflexiona.
Actualmente, somos capaces de manipular genes mediante la selección artificial y de modificar rasgos biológicos, y estudios recientes abren la posibilidad de pensar en manipular ciertos aspectos del envejecimiento genéticamente programados, añade en su obra. Manes destaca que, además, la tecnología actual permite “desarrollar tejidos artificiales, como la piel construida a partir de plástico, y dispositivos como las retinas artificiales, que replicarían las características del ojo humano y serían biocompatibles, o los implantes cocleares, que transforman las señales acústicas en señales eléctricas que estimulan el nervio auditivo, ofreciendo nuevas alternativas para las personas con ceguera o sordera”.
Y todavía hay más: investigadores de la Universidad de Stanford han creado una piel electrónica que detecta la presión mediante sensores, los cuales envían una señal eléctrica a las neuronas, imitando la funcionalidad de la piel humana, y se ha desarrollado un tejido nervioso artificial que permitiría reparar el daño nervioso periférico severo, resultado de traumas o accidentes.
Por ello, este neurocientífico considera probable que en los próximos siglos sea posible crear o regenerar el tejido neuronal del cerebro, “lo cual tendría implicaciones importantes para el tratamiento de enfermedades que hoy no tienen cura, como la demencia”, indica.
Manes cuenta que ya existen medicamentos para mejorar el rendimiento en algunas disfunciones cerebrales y mejorar la calidad de vida de las personas que sufren depresión, déficit de atención, Parkinson o la enfermedad de Huntington. Hay incluso algunos fármacos que se podrían usar para potenciar el funcionamiento cognitivo en personas sanas, como algunas sustancias que alteran el sistema dopaminérgico y además potencian las habilidades sensoriales, la memoria, el estado de alerta, la atención y el control inhibidor llamadas ‘medicinas inteligentes’.
“Un estudio mostró que el Donepezilo, medicamento que se usa para ralentizar el deterioro cognitivo en personas con alzhéimer, mejora significativamente la memoria en adultos jóvenes sanos”, explica.
Otro ejemplo paradigmático de la evolución tecnológica es la interfaz cerebro-máquina, dice. Se trata de una tecnología que permite registrar y procesar ondas cerebrales en tiempo real y traducirlas en una acción en el mundo exterior. Funciona interpretando y trasladando la actividad eléctrica neuronal a un dispositivo o prótesis “que se estimula para que genere órdenes motoras, y una de sus potenciales aplicaciones es el desarrollo de dispositivos que detecten e informen de la probabilidad de sufrir una crisis epiléptica”, comenta.
Manes prevé el futuro uso de implantes que monitoricen y estimulen la secreción o retención de neurotransmisores para que el cerebro funcione de manera óptima, previniendo así enfermedades como la depresión o la psicosis. En su libro también habla de aplicaciones que aumentarán la probabilidad de experimentar determinados estados de ánimo basándose en el registro de ciertos parámetros psicofisiológicos, como el nivel de estrés o la calidad del sueño.
Además de permitir a las personas recuperar la movilidad perdida o comunicarse cuando sufren una enfermedad que lo impide, la interfaz cerebro-máquina, al igual que los fármacos potenciadores de la cognición, “se podría aplicar también a personas sanas mediante la inserción de implantes cerebrales o de algún dispositivo externo”.
Estas ideas han llevado al neurocientífico a reflexionar sobre la posibilidad de proveer a los humanos de una ‘superinteligencia’ que nos haría entrar en la era poshumana. “El desarrollo de estos dispositivos está siendo posible gracias a los avances en la nanotecnología, la biotecnología, la neurociencia y la tecnología de la información. La fusión del cuerpo humano con dispositivos artificiales puede convertirnos en ‘Homo ciberneticus’, una especie humana asistida por mejoras tecnológicas”, concluye Manes.
DANIEL GALILEA
EFE Reportajes