Empleo de prebióticos y probióticos en el manejo de la ansiedad
17 enero, 2020Introducción
Hasta hace apenas dos décadas, la influencia de la microbiota intestinal (MI) en la salud humana se subestimaba, en gran parte debido a la imposibilidad de detectar gran cantidad de especies bacterianas mediante las metodologías microbiológicas clásicas (1). En concreto, fue a partir del año 2010 a raíz del trabajo De Filippo y col (2) en el que se demostraban las diferencias en la microbiota intestinal de niños europeos y de África rural cuando la investigación en este campo se incrementó exponencialmente. De la gran multitud de microorganismos que habitan en el cuerpo humano, sólo una minoría de bacterias podían ser cultivadas mediante dichos métodos, por lo que existía un gran desconocimiento sobre la actividad, cantidad y calidad de las bacterias que habitaban en el cuerpo (3). Por ello, con el desarrollo de nuevas metodologías en estos últimos años, actualmente conocemos que existen aproximadamente diez veces más microorganismos dentro del tracto gastrointestinal humano que células somáticas hay en el cuerpo (3,4).
Tanto la MI como los cambios en la misma juegan un papel decisivo en gran cantidad de patologías, como son la enteritis, el cáncer, la diabetes, la obesidad, los trastornos digestivos, etc. (5-7). Entre sus múltiples aplicaciones, se ha descubierto que algunos componentes de la MI tienen capacidad para influir en nuestro estado de ánimo y modificar nuestro comportamiento en algunos aspectos como la respuesta a la ansiedad (8).
La ansiedad puede definirse como una reacción de nuestro organismo a una situación persistente de estrés (9). Situaciones de estrés recurrentes provocan una situación de ansiedad sostenida en el tiempo, que si no es tratada de un modo adecuado podría desencadenar enfermedades mentales como la depresión (10). Una de las consecuencias de la ansiedad continuada y de las enfermedades mentales que de ella derivan es que causan un incremento de los niveles de glucocorticoides que se mantienen en el tiempo produciendo una activación del eje hipotalámico-hipófisis-suprarrenal y cambios en la estructura del hipocampo, conduciendo posteriormente a alteraciones en la neurogénesis, en la morfología neuronal e incluso son capaces de producir la muerte celular de las neuronas (11).
Algunos autores afirman que los tratamientos medicamentosos existentes, no son totalmente efectivos para tratar trastornos mentales como son la ansiedad y la depresión (9, 11). La mayor parte de los tratamientos se basan en fármacos antidepresivos, como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (9, 12). No obstante, este grupo de fármacos tienen efectos secundarios perjudiciales como la reducción del apetito sexual, el aumento de peso y trastornos en el sueño (11). De este modo, los pacientes que están en tratamiento con ansiolíticos y antidepresivos experimentan síntomas residuales en un 30 %-60 %, y entre un 10 %-20 % experimentan recaídas frecuentes (9), lo que en no pocos casos provoca el abandono prematuro del tratamiento (11). Otra consecuencia de la ansiedad es que a menudo se manifiesta mediante una activación persistente del apetito (12).
Por este motivo, una de las estrategias terapéuticas que se han introducido en los últimos años consiste en influir en los síntomas de la ansiedad a través de los factores ambientales que influyen en esta (13). A este respecto, la MI se ha planteado como una importante vía de intervención (14).
Mecanismos de regulación de la ansiedad
La sintomatología clínica de la ansiedad responde a una excitación del sistema nervioso autónomo (SNA), especialmente el sistema simpático. A partir de esta excitación se producen como consecuencia diversos síntomas cardiorrespiratorios, gastrointestinales, etc. En pacientes con trastornos de ansiedad existe una respuesta anormal y excesiva del SNA frente a diferentes estímulos y en situaciones de reposo comparados con los controles.
La regulación de la ansiedad es muy compleja e intervienen en ella numerosos agentes, como son el sistema noradrenérgico, el sistema serotoninérgico, el ácido g-aminobutírico (GABA), el eje hipotalámico-hipofisario-adrenal y una importante cantidad de neurotransmisores como el neuropéptido Y (NPY) y la colecistoquinina (CCK) (15,16).
Entre todos estos factores y sistemas tan complejos también se ha demostrado que la MI también es capaz de influir en numerosas funciones cerebrales, entre las que se encuentra la regulación de la ansiedad (3). Existen varias vías de comunicación entre el intestino y el cerebro, como por ejemplo: aferentes vagales; hormonas intestinales; citoquinas, y comunicación mediante exosomas, que son membranas lipopolisacáridas que no tienen por qué circular exclusivamente por las rutas anteriormente mencionadas pero que pueden alcanzar cualquier localización dentro del organismo (17, 18). Recientemente, se ha podido observar que las lesiones cerebrales también son capaces de afectar potencialmente la composición de la MI y causar un estado de disbiosis, entendiéndolo como todo estado de la MI que se aleje del estado de equilibrio que se considera saludable (1).
La MI ha demostrado desempeñar un papel clave en la activación de las microglías (19), por lo que su manipulación, especialmente a través de bacterias que son capaces de fermentar sustratos y, de este modo, producir en el intestino grueso ácidos grasos de cadena corta (AGCC), podría modular la activación neuro-inmune (20).
Importancia de la microbiota intestinal
La composición de la MI en un ser humano adulto depende del efecto que van teniendo sobre ella numerosos hechos influyentes en la vida de una persona (4). Entre ellos, tienen una gran influencia si el nacimiento fue natural o mediante cesárea, el tipo de alimentación durante la lactancia, las condiciones higiénicas en las que viva, el uso de antibióticos, el ejercicio o la edad, entre otros (1). No obstante, el principal agente modulador de dicha MI es la dieta, la cual puede variar su composición de manera rápida (21). Una dieta elevada en grasas, típica del mundo occidental, retroalimenta a la obesidad, en parte por la modificación de la MI y la generación de un deterioro de la conducta, aumentando el comportamiento ansioso (22). Por el contrario, una dieta alta en fibra contribuye a reducir el índice de masa corporal y ejerce una acción indirecta sobre el sistema inmunitario, modulando el desarrollo de la MI, pues favorece la colonización de géneros bacterianos beneficiosos como Bifidobacterium spp. (4, 23). Por su parte, una dieta rica en proteínas y baja en fibra resulta en un incremento de ácidos grasos de cadena larga y otros metabolitos tóxicos como el amonio, indol, fenol y derivados (1). También influyen de una manera muy importante algunos tipos de micronutrientes, aditivos y contaminantes que pueden estar incluidos en los alimentos (1).
La disbiosis causada por una dieta con alto contenido en grasas también puede dar lugar a una MI disbiótica proinflamatoria, la cual produce gran cantidad de mediadores proinflamatorios como el lipopolisacárido (LPS) (24). Estos metabolitos generados por la MI proinflamatoria pueden modificar tanto la integridad como la permeabilidad de los enterocitos, desencadenando la liberación de citoquinas proinflamatorias como factor de necrosis tumoral α y la interleukina-1β (17). Estas citoquinas, a su vez, son capaces de alterar la integridad de las uniones entre las células epiteliales, modificando así la permeabilidad del epitelio colónico (24). Por ello, uno de los factores más importantes para la prevención de los trastornos metabólicos, es prevenir un incremento en la permeabilidad del intestino grueso.
El eje intestino-cerebro
La MI y el sistema nervioso central (SNC) están comunicados mediante un conjunto de vías diferentes de señalización, que se denominan de manera colectiva como “eje intestino-cerebro” (25). Este eje es un sistema bidireccional, en el que participan conexiones neurológicas directas, señales endocrinas y factores inmunológicos (26). Mediante este eje, la MI transmite al SNC información específica, en función de los alimentos y nutrientes que pasan a través del tracto gastrointestinal. Una vez el SNC recibe esta información, elabora una respuesta sistémica (13). De este modo, cuando se produce un estado de disbiosis, los mensajes que van desde el intestino al cerebro transmiten señales que causan estrés proinflamatorio (19), un incremento del estrés oxidativo, un desequilibrio en la homeostasis energética y un incremento en la degeneración celular (27).
Muchos autores defienden que la disbiosis contribuye al desarrollo de patologías neurológicas como la depresión, la ansiedad y la neurodegeneración (19,25). Se ha llegado a la conclusión de que la MI y el cerebro están comunicados por cuatro tipos de conexión: autónoma, neuroendocrina, entérica e inmunológica (25).
A pesar de los múltiples mecanismos de comunicación a través de los cuales podrían interrelacionarse el intestino y el SNC, en los últimos años se ha postulado que la vía prioritaria de comunicación entre ambos la constituye el nervio vago (25). Mediante el nervio vago se transmiten la información referente a la cantidad y calidad de los nutrientes a los centros responsables de regular el comportamiento alimentario, que se encuentran principalmente localizados en el núcleo del tracto solitario, situado en el tronco encefálico (28,29). Mediante este nervio uno de los mediadores más influyentes es el LPS, que tiene el potencial de incluso llegar a modificar la sensibilidad de las neuronas vagales (29).
Algunas de las bacterias comensales del tracto gastrointestinal pueden metabolizar diferentes tipos de nutrientes para producir, a partir de ellos, neurotransmisores como son la serotonina, el GABA, la dopamina y la noradrenalina, los cuales posteriormente pueden activar los terminales vagales (30).
La presencia de nutrientes en el tracto gastrointestinal inicia una cascada de procesos fisiológicos que informan al cerebro del estado nutricional de la persona. El nervio vago se activa de manera parcial con la secreción de ciertas hormonas como el péptido YY, péptido de glucagón 1 (GLP-1) y CCK, secretados por las células entero-endocrinas (ECCs) del intestino. Estos péptidos actúan en los receptores localizados en las fibras aferentes vagales, de manera que la información se transmite al nervio vago (31). Las ECCs están localizadas en contacto directo con el lumen y debido a esta proximidad, las bacterias comensales pueden interactuar directamente con ellas y, por tanto, modular la secreción de estos péptidos y otros metabolitos, los cuales se absorben y pasan al sistema circulatorio por transporte paracelular cuando la barrera epitelial está inflamada (32).
Por su parte, el sistema inmune también ejerce un papel importante. Está involucrado manteniendo la homeostasis entre la MI y el propio intestino, y actúa como un intermediario entre la MI y el SNC (2). Dicha MI libera ciertas moléculas que pueden ser promotores de la respuesta inmunitaria inmediata. Cuando la integridad de la barrera epitelial intestinal se ve comprometida, las bacterias gram-negativas producen LPS, el cual puede llegar al sistema circulatorio y activar la respuesta inmunitaria por parte del organismo humano, hecho que favorece el desarrollo de la ansiedad (31).
Otra vía de comunicación entre la MI y el SNC, menos conocida, es la que tiene lugar a través de los microRNAs (miRNAs). Los miRNAs son un nuevo grupo de pequeños RNAs (aproximadamente 22 nucleótidos) no codificadores que han surgido como importantes reguladores de la expresión de ARN mensajero. En concreto, parecen tener gran influencia en la regulación de la leptina. La deficiencia o disfunción de la leptina al principio de la vida podría llevar a cambios profundos en la expresión génica, incluyendo patrones de expresión de ARN en los núcleos hipotalámicos.
Una primera aproximación para comprender el efecto de la leptina en los perfiles de miRNAs fue realizada por Benoit y col. (33,34). Estos investigadores bloquearon la síntesis endógena de leptina en ratones recién nacidos y observaron los perfiles de miRNA en el hipotálamo de los ratones. Los resultados obtenidos mostraron que 34 miRNAs estaban regulados positivamente y 4 miRNAs estaban regulados negativamente. De los miRNAs que estaban positivamente regulados destacaron miR-10a, miR-200a, rno-miR-409-5p y miR-125a. Otro estudio evaluó los perfiles de miRNAs del hipotálamo en situación de balance energético negativo (35), mostrando que un conjunto de miRNAs tuvieron patrones de expresión en el hipotálamo alterados por dieta de restricción calórica y/o una dieta alta en grasas (35).
La leptina modula la actividad de las neuronas pro-opiomelanocortina (POMC) que son reguladoras del equilibrio energético. Se ha visto que la interrupción del gen POMC causa hiperfagia y obesidad. En un estudio realizado por Derghal y col. (36) observaron que los miRNA-383, miRNA-384-3p, y miRNA-488 están aumentados en el hipotálamo de ratones ob/ob deficientes de leptina. Otro miRNA que ha demostrado estar relacionado con la ingesta de alimento es el miRNA-33, un miRNA relacionado con el metabolismo de los lípidos y la señalización de la insulina (37).
Microbiota y ansiedad
A pesar de los muchos estudios que se han realizado recientemente en animales que describen la asociación entre la MI y la ansiedad, esta relación no ha sido muy investigada en humanos. Algunos trabajos, como el realizado por Stevens y col. (38), han encontrado en pacientes con ansiedad prolongada una MI con una menor diversidad de lo habitual, así como una mayor proporción de bacterias pertenecientes al género Bacteroides. Kim y La Serre (17) también encontraron que la exposición crónica a situaciones de estrés da lugar a desregulaciones de la MI, incluyendo la bajada de niveles de Firmicutes, Bacteroidetes, y Lactobacillus spp., así como un incremento en los niveles de Oscillibacter spp. Adicionalmente, se ha realizado el experimento de trasplante de la MI de pacientes con depresión a ratas y se observó en éstas un cambio en la MI y el desarrollo de comportamientos propios de crisis de ansiedad (39). Esto abre la puerta a la posibilidad de que a través de la MI, se pueda intervenir en la prevención o en la mejora de los síntomas de la ansiedad. Generalmente, cuando se trata de modificar la MI no se intenta modificar totalmente, sino que se trata de modular el crecimiento de especies bacterianas beneficiosas mediante prebióticos o inocular alguna nueva especie, generalmente considerada probiótico. Los prebióticos se definen como ingredientes no digeribles que mediante su fermentación favorecen de modo especifico el crecimiento de un grupo de microorganismos beneficiosos para la salud (4). Los probióticos son agentes microbianos (no siempre bacterias) que pueden definirse como microorganismos vivos que ejercen efectos sobre la salud del huésped si se consumen en cantidades suficientes (4). Dentro de los probióticos, los Lactobacillus spp. y los Bifidobacterium spp. son los géneros bacterianos más habitualmente empleados, con un largo historial de uso seguro y beneficios para la salud humana demostrados, como el refuerzo de la inmunidad y la mejora de la función intestinal (4). Recientemente, se ha demostrado que estos géneros bacterianos también pueden tener beneficios en otras localizaciones del cuerpo humano, como es el SNC (40). Este hecho es consecuente con que la composición de la MI desempeña un papel clave en la predisposición a muchos trastornos mentales, incluido el trastorno depresivo mayor (41), el trastorno bipolar (42) y la ansiedad (38). Adicionalmente, algunos de los microorganismos que integran la MI también son potencialmente modificables por medio de los fármacos inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina que ingiere el paciente Por todo ello, la MI puede ser una potencial diana terapéutica y preventiva para tratar la ansiedad, así como otros trastornos propios del SNC. Esta estrategia puede llevarse a cabo mediante dos maneras. La primera sería evitando y/o limitando los efectos de los agentes bacterianos que puedan alterar negativamente la permeabilidad intestinal. La segunda vía sería potenciando la presencia de aquellas especies bacterianas que tengan un efecto positivo sobre los mecanismos ya mencionados. Esto puede lograrse o bien reimplantando o suplementado periódicamente aquellas especies bacterianas con efectos positivos (mediante probióticos), o bien incrementando la ingesta de sustratos que hagan crecer dichas especies bacterianas (mediante prebióticos).
Bacterias con efecto negativo sobre la ansiedad
En los últimos años, se ha documentado que algunos patógenos tradicionales, como Escherichia spp. o Shigella spp. tienen una mayor presencia en personas con trastornos psicológicos (9). En general, la mayor parte de las exotoxinas se encuentran en mayor cantidad cuando además de existir una menor diversidad en la MI, ésta se encuentra dominada por bacterias del filo Proteobacteria, especialmente de la familia de las gamma-proteobacterias (44). Precisamente, esta familia es la que habitualmente se ve más favorecida como consecuencia del uso de los antibióticos de amplio espectro. Esto se produce porque aunque las proteobacterias representan en un individuo adulto sano aproximadamente el 15 % de la MI (45), éstas poseen aproximadamente el 35 % de los genes y transposones codificantes de resistencia a los distintos tipos de antibióticos que están incluidos en el microbioma (1). Por el contrario, el filo Bacteriodetes, que debería ser el predominante en la MI de los individuos adultos sanos, sólo acumula el 6 % de los elementos genéticos que codifican mecanismos de resistencia a los antibióticos (45,46).
Entre los grupos bacterianos que más se han caracterizado como agentes disbióticos por causar alteraciones en la mucosa intestinal destacan algunas especies del género Clostridium, en concreto las especies difficile, histolyticum, bolteae y tetani (28). Otro importante grupo es el género Fusobacterium, bacteria patógena que es capaz de producir un efecto inflamatorio crónico y que está muy relacionada con el desarrollo del cáncer de colon (47), especialmente la especie Fusobacterium nucleatum (48).
También existen algunas especies, como Ruminococcus gnavus, que por su capacidad de degradar las mucinas gastrointestinales (47) puede llegar a causar una desprotección del epitelio intestinal, dejándolo así mucho más vulnerable al ataque de bacterias patógenas. Adicionalmente, si bien no se ha demostrado de manera específica su acción negativa sobre el SNC, sí se ha podido demostrar que los pacientes con trastornos de ansiedad presentan mayores concentraciones de dos especies bacterianas concretas: Bacteroides dorei y Coprococcus eutactus, por lo que se ha postulado que deben tener algún efecto inductor de la ansiedad (9). Otros patógenos tradicionales, como Campylobacter jejuni también han demostrado en modelos animales aumentar el comportamiento similar a la ansiedad (17).
Bacterias con efecto positivo sobre la ansiedad
Al contrario que lo expuesto en el apartado anterior, y en base a los ya mencionados mecanismos de comunicación entre la MI y en SNC, podemos deducir que tendrán un efecto beneficioso todas aquellas especies que promuevan la síntesis de AGCC, esenciales en el mantenimiento de la barrera intestinal. De hecho, se ha encontrado una importante disminución de la abundancia de cinco géneros productores de AGCC (Faecalibacterium, Eubacterium rectale, Lachnospira, Butyricicoccus y Sutterella) en sujetos con trastorno de ansiedad generalizada (49).
Además de su importante efecto sobre el manteamiento de la permeabilidad intestinal, los AGCC también pueden potenciar la actividad de los receptores acoplados a la proteína G (50), promoviendo la diferenciación de ECCs (51). En el SNC, los AGCC tienen además efecto neuroprotector. El ácido butírico, en forma de butirato de sodio incrementa la expresión del factor neurotrófico derivado del cerebro, mejorando de este modo las actividades relacionadas con la memoria (17). Por ello, la ingesta de probióticos que aumentan la fermentación bacteriana de los alimentos tiene resultados positivos en la salud mental del paciente. Además de los AGCC, existen numerosos neurometabolitos secretados directamente por la MI y producidos por la acción estimulante de la MI sobre las células epiteliales secretoras (51).
Efectos positivos de los probióticos en el tratamiento de la ansiedad
Las principales características que deben reunir los probióticos incluyen ser seguros, resistentes a los ácidos, a las sales biliares y ser capaces de colonizar el tracto digestivo. Los probióticos más utilizados para realizar estudios sobre sus beneficios son las bacterias ácido-lácticas (LAB), que incluyen especies de los géneros Lactobacillus, Enterococcus, Streptococcus y Bifidobacterium (52). El motivo principal por el que las LAB son probióticos, es su capacidad para adherirse a las paredes intestinales, colonizarlas y producir la liberación de ciertas hormonas participantes en la regulación de la ingesta como el CCK y el GLP-1. De entre todas ellas, trabajos recientes han señalado que son las cepas de Lactobacillus spp. las que mejor resisten las condiciones del tracto digestivo, destacando especialmente la especie L. gasseri (52). Por último, las cepas probióticas que demuestran mayor capacidad de adherencia a las paredes intestinales son L. casei y L. fermentum (53).
Entre los estudios que han sido publicados referentes al uso de probióticos en el manejo y control de la ansiedad, la mayor parte fueron realizados utilizando modelos animales, como los ratones, y muy pocos en personas. Esto se debe al principio de prudencia a la hora de realizar ensayos clínicos, ya que siempre es necesario por motivos éticos demostrar la ausencia de efectos adversos en modelos animales antes realizar ensayos en personas (52). No obstante, los mecanismos fisiológicos en animales y humanos no son iguales, por lo que los resultados no son siempre extrapolables (54).
Entre los estudios específicos para el control de la ansiedad, podemos ver un resumen de sus resultados en la tabla 1.
Uno de los probióticos que ha demostrado efectos ansiolíticos es L. rhamnosus, efecto que consigue mediante un mecanismo de inhibición de la activación vagal (55). También se han demostrado efectos reguladores del estrés y la ansiedad mediante modificaciones neuroquímicas en animales de experimentación después de la suplementación con bacterias probióticas del grupo de las bifidobacterias, como el B. longum 1714, B. breve 1205 (56).
en humanos, existen algunos en los que la suplementación probiótica mejoró significativamente la sintomatología de ansiedad. A este respecto, podemos mencionar el realizado por Mohammadi y col. (57), en el que demostró que cápsulas que contenían un grupo de agentes bacterianos aislados a partir de yogur mejoraban los síntomas de ansiedad a través del eje hipotalámico-hipófisis-adrenal. En otro trabajo, Messaoudi y col. (54) demostraron mejoras en los niveles de ansiedad y estrés mediante la suplementación de L. helveticus R0052 y B. longum R0175 durante seis semanas. De manera similar, Steenbergen y col. (61) demostraron una importante mejora en los pacientes tratados mediante la administración durante un período de cuatro semanas de una combinación de probióticos, que contenía B. bifidum W23, B. lactis W52, L. acidophilus W37, L. brevis W63, L. casei W56, L. salivarius W24 y L. lactis (W19 y W58).
Posteriormente, Akkasheh y col. (58) demostraron mediante un ensayo clínico en el que participaron un total de 40 pacientes deprimidos que la administración durante ocho semanas de una mezcla probiótica que contenía L. acidophilus, L. casei, y B. bifidum mejoró los síntomas relacionados con la depresión con respecto a los sujetos que actuaron como controles.
Por su parte, Yang y col. (59) estudiaron el efecto de dos semanas de suplementación con Cl. butyricum en pacientes con ansiedad pre-quirúrgica, y también encontraron reducciones estadísticamente significativas en el nivel de ansiedad con respecto a los sujetos que no recibieron suplementación probiótica. Cabe destacar que los pacientes que recibieron placebo, no sólo mantuvieron intactos sus niveles de ansiedad, sino que los incrementaron de manera significativa.
El uso de un probiótico a base de L. rhamnosus JB-1 ha demostrado la mejora de las crisis de ansiedad y comportamiento antisocial en ratones (25). Este probiótico demostró capacidad de reducir la secreción de cortisol inducida por el estrés. Por otra parte, se ha visto que la administración de leche fermentada que contenía diferentes probióticos, alteró la actividad cerebral de las regiones asociadas a la emoción en voluntarias sanas, sugiriendo una posible acción potencial psicobiótica (25).
por el contrario, también existen trabajos que no encontraron beneficios asociados a la ingesta de probióticos en la ansiedad (11). En su mayor parte, dichos trabajos fueron realizados a principios de la década de 2000, cuando la tecnología tanto de elaboración de probióticos como de estudio de la MI estaban lejos de las condiciones actuales (11). Ninguno de los ensayos realizados encontró efectos negativos como consecuencia de la ingesta de probióticos, por lo que puede deducirse de que si bien no puede asegurarse al cien por cien un efecto beneficioso, la administración de dichos probióticos es segura (11).
Conclusiones
Según la información científica expuesta, queda claro que la MI puede influir en la actividad del SNC a través de múltiples mecanismos. En concreto, la MI también muestra efectos específicos sobre la ansiedad. La modificación de la MI puede abordarse a través de probióticos o prebióticos administrados en presentaciones farmacéuticas, las cuales presentan ventajas con respecto a la suplementación de alimentos como un mejor control de las dosis, un menor rechazo por parte del paciente (no implican cambios de hábitos alimentarios) y un menor abandono precoz de los tratamientos. Adicionalmente, en algunas especies de probióticos como los Bifidobacterium, su administración es más sencilla, ya que al ser anaerobios estrictos su supervivencia en alimentos es más compleja. Si bien no todos los ensayos realizados han mostrado efectos positivos, en ninguno de ellos se ha encontrado ningún efecto negativo, por lo que puede concluirse que su administración es segura. Los más habituales con efectos sobre la ansiedad pertenecen a los géneros Lactobacillus y Bifidobacterium, aunque también algunas especies de Clostridium han demostrado efectos positivos. Existen especies con efectos negativos, como Escherichia coli, Fusobacterium nucleatum o Ruminococcus gnavus que deben prevenirse y/o limitarse su acción patógena.
Algunos agentes prebióticos también han mostrado efectos positivos sobre la ansiedad, principalmente en animales de experimentación. Su administración, conjuntamente con probióticos o de manera individual, también es una opción terapéutica útil.
Si bien la suplementación de alimentos es la vía más habitual para la administración de probióticos y prebióticos, la administración a través de presentaciones farmacéuticas presenta muchas ventajas sobre los alimentos referente a la estabilidad de los mismos, o la posibilidad de tomarlos sin alterar significativamente sus hábitos dietéticos. Del mismo modo, la posibilidad de acceso al consejo farmacéutico es un valor añadido para los consumidores, que ayuda a una correcta administración y adherencia del tratamiento.
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